No voy a descubrir nada al expresar que, cuando alguien nos lastima, hay dos caminos posibles: el camino del rencor o el camino del perdón.
¿Qué es lo que nos decimos y lo que refleja nuestro corazón cuando elegimos el sendero que se inicia con la falta de perdón y, en un proceso ascendente (o “descendente”), nos conduce por la bronca, el resentimiento, el rencor, la sed de venganza, etc.? Aquí va:
“A ése ni loco lo perdono.
No se lo merece.
¿Quién se cree que es?
Yo nunca hubiera hecho eso…
Yo soy Mejor Persona”
Es cierto que este razonamiento no es tan evidente. En general, no andamos por el mundo declarando abiertamente que somos “Mejores”, no lo expresamos en esos términos. Pero llegué a la conclusión de que es la base desde la cual nos posicionamos cuando optamos por la falta de perdón.
Presta atención a lo que expresa Philip Yancey:
“El perdón rompe el ciclo de acusaciones y afloja el nudo estrangulador de la culpa. Estas dos cosas las realiza por medio de un notable enlace, en el que pone al que perdona del mismo lado de quien le hizo daño.
Por medio de él, nos damos cuenta de que no somos tan diferentes del que nos ha hecho mal, como nos gustaría imaginarnos.
`Yo también soy distinta a lo que me imagino ser.
Saber esto es perdonar´, dijo Simone Weil”.
¡¿Cómo dice este Yancey?! ¿No soy tan diferente del que me ha hecho mal?
¿Si yo nunca le falté el respeto a otro?
¿Si yo nunca cometí una imprudencia?
¿Si yo nunca levanté el tono de voz?
¿Si yo nunca me olvidé de hacer el bien?
¿Si yo nunca le fallé a un amigo o a un familiar?
Mmm, no nos mintamos más. ¿Quiénes somos nosotros para levantar el dedo acusador? Podemos no haber cometido exactamente la misma falta que el otro. ¡Pero tenemos tanto por cambiar! ¡Hay tanto egoísmo que todavía Dios tiene que extirpar de nuestras vidas! Nos gusta imaginar que somos Superiores, pero es sólo una mentira más de nuestra mente arbitraria.
Recuerda: cuando elegimos el camino del no-perdón, lo hacemos desde un supuesto lugar de superioridad moral. Sincerémonos en este día y reconozcamos nuestras faltas. Si tienes que perdonar, no lo dudes. Ten esa conversación pendiente y soluciona las cosas, si aún esto es posible. Si Dios te ha dado de Su Amor, no te lo guardes. Compártelo con aquel que no se comportó tan bien contigo. Dios nos ha perdonado tanto, ¿quiénes somos nosotros para retener el perdón?
Gustavo Bedrossian