Estaba en medio de un festejo familiar.
De repente, mi tío Roberto, luego de hacerme un par de preguntas, apareció con un tapón de corcho (el que se utiliza para tapar una botella). Me pidió que abra la boca lo máximo que pudiese. Y luego, llevándome a un tremendo esfuerzo bucal, puso ese corcho entre mis dientes, pidiéndome que lo mantenga en esa posición la mayor cantidad de tiempo posible.
A esta altura del relato, podrías preguntarte:
¿El tío estaba harto de escucharme y me tapó la boca?
¿Es un modo en que solemos divertirnos los Bedrossian?
¿Mi tío suele tener este tipo de comportamientos extraños?
No, no y no. La explicación es la siguiente. Unas semanas antes de ese encuentro, me habían extraído una muela de juicio. Esa experiencia comparada con otras posteriores mucho menos traumáticas en cuanto a la extracción y la recuperación, no ubica al odontólogo que realizó esa intervención en mi lista de recomendados (nadie se asuste: hoy en día, la misma operación es un simple trámite). Dos días después de haber sido sometido a esa extracción, tuve una hemorragia importante. Fui a una urgencia y, ya no recuerdo los detalles, pero eso me llevó a ir cuidándome demasiado a la hora de abrir la boca.
Al verme mi tío, le dio la importancia que merecía el asunto. Aquella escasa apertura de boca ya me estaba siendo natural, y el hueso se estaba acostumbrando a algo que no estaba bien. Tenía que reentrenar la zona y había que ejercitarla haciendo fuerza con el corcho. Mi tío no dudó. Actuó con firmeza y sin importarle demasiado mi amateur opinión. Me abrió la boca y metió el corcho. Me ejercité duramente durante las semanas siguientes con ese método y fui recuperando la apertura en la zona.
¿Qué aprendí?
Duodécimo principio para una Comunicación Saludable: Si bien la vida no se trata de andar pidiendo permiso y aprobación constante de los demás, ser permeables a los que nos quieren ayudar y tienen buenas herramientas, nos permitirá ser beneficiados por su sabiduría.
Dr. Gustavo Bedrossian