Se va un año. Llega otro. Así es la vida: partidas y arribos, expectativas, concreciones y frustraciones. ¿Qué sabor te deja el año que termina?
Ahora bien, ¿ese sabor estará determinado sólo por los acontecimientos sucedidos?
Mi sospecha es que no sólo serán los hechos lo que determinen el sabor.
Influirá también qué tipo de expectativas habías construido.
Tendrá también mucho que ver con tu capacidad para detenerte y gozar de todo aquello que Dios te ha dado.
Y, ¿por qué no? con tu serenidad y tu paciencia para esperar los tiempos de concreciones.
Me he cruzado con personas que durante este año no obtuvieron quizá todo lo que anhelaban, pero estaban felices.
Algunos de ellos pasaron por tragos amargos, pero aún así al finalizar el año, daban gracias a Dios por todo lo que les sucedió.
Me parece que este tipo de gente aprendió una gran lección:
No hay que pasarse toda la vida
esperando la llegada de algo que nos hará feliz.
La felicidad está en el hoy,
con lo que tenemos hoy,
con lo que logramos hoy,
disfrutando lo de hoy
y serenos con respecto a que lo soñado
llegará cuando deba llegar.
Y es totalmente así. Como siempre vamos hacia alguna parte, como siempre estamos anhelando algo, más vale que empecemos a disfrutar de los trayectos. Los balances de vida tienen que ver con el paladar del alma, no con medallas, premios y aplausos.
Amigo, tranquilo, sereno, no te apures, disfruta lo que tienes. Todo, todo, todo, es regalo de Dios (aún tu capacidad y tu energía de este día). Que todo llegue, casi de sorpresa, mientras estés disfrutando. Si Dios no vive apurado, ¿por qué habríamos de estarlo nosotros? Que vivas cada día de este año nuevo contando y disfrutando todos los presentes que Dios vaya poniendo a tu alcance.
Te mando un abrazo.
Gustavo Bedrossian